En 1958 vuelve a Santiago y comienza a pintar y hacer tapices. Ofrece recitales por todo el país y graba nuevas canciones. En 1960 cae enferma y debe permanecer largos ocho meses en cama. Durante ese tiempo se inicia como arpillerista, inventando materiales y técnicas para ello. Explicaría: "Tanto tiempo no podía quedarme sin hacer nada. Un día vi lana y un pedazo de tela y me puse a hacer cualquier cosa. Nada surgió. Nada sabía, y era porque, en el fondo, no tenía claro qué quería hacer. Volví a tomar el pedazo de tela y deshice todo y quise copiar una flor, pero, cuando terminé no era una flor, sino una botella. Quise ponerle una tapa a la botella y surgió una cabeza, entonces, le puse ojos, nariz y boca: era una dama, como esas que van todos los días a la iglesia a rezar". Conoce ese año al músico suizo Gilbert Favre, estudioso del folklore sudamericano.
Viaja en 1961 a Buenos Aires y después a Europa, junto con sus hijos mayores. Participa en el Festival de la Juventud en Finlandia, y recorre gran parte de la ex Unión Soviética, Alemania, Austria, Italia y Francia. Vuelve a fijar su residencia en París durante tres años. Canta en La Candelaria y en L'Escala. Graba discos, realiza exposiciones de sus trabajos y recitales de canto en la UNESCO y el Teatro de las Naciones.
En Francia, donde residió unos meses, se reveló esa otra virtud de Violeta: sus trabajos manuales. Ella comenzó en las artes plásticas donde los maestros terminan, exponiendo en el Museo del Louvre. En cierto documental dedicado a ella por la televisión suiza, una periodista le pregunta a Violeta que, si tuviera que elegir un solo medio de expresión artística, ¿cuál elegiría?
-"Elegiría quedarme con la gente, son ellos los que me inspiran hacer todas estas cosas".
La entrevistadora, entonces, insiste: ¿pero, si debiera elegir solo uno, ¿cuál?
-"Me quedaría con la pintura -le responde Violeta-. Porque la pintura es el punto triste de la vida. Me esfuerzo por hacer salir de allí los aspectos más profundos que hay en el ser humano".
Ya reconocida por su música, en Francia da a conocer sus tapices y pinturas, realizados a imagen y semejanza de sus sueños, de lo que veía, del mundo y las cosas. En Ginebra, la portada de "La Dauphine Liberé" titula: "Ginebra descubre a Violeta Parra. Extraordinaria artista chilena: pintora, escultora, ceramista, experta en tapicería, cantante, guitarrista, poeta, compositora..." En el catálogo de su exposición en El Louvre, la investigadora Ivonne Brunner escribe: "Violeta no es una desconocida en Francia. Utiliza un lenguaje poético y simbólico, dando un significado a cada tema, a cada color, sin por eso descuidar el lado plástico de su obra. Cada una de sus arpilleras es una historia, un recuerdo o una protesta en imágenes".
En una entrevista para la televisión francesa, su hijo Ángel Parra recuerda: "Todo lo que realizó mi madre lo hizo por iniciativa propia y prácticamente sola. Fue ella misma quien quiso exponer en el Louvre, y, un día, simplemente partió con sus telas a hablar personalmente con el director del museo, quien luego de expresar que sometería la obra a la estricta Comisión de arte del Louvre, le dijo: "Es una gran artista, ¿sabe usted?"
Y Violeta se vuelve la primera artista latinoamericana que expone allí individualmente. Tuvo dos meses para preparar la exposición: 26 pinturas, 22 tapices, pequeñas esculturas en alambre y sus máscaras cubiertas con granos de arroz, con lentejas, con semillas, al estilo de un mosaico. Ella misma confeccionó el afiche que anunció la exposición. Sobre una arpillera negra, con un gran ojo bordado al medio, se anuncia:
"Violeta Parra. 8 de abril-15 de mayo. Tapicería, escultura, pintura. 109 rue de Rivolí. Musee des Arts Decoratifs. Pavillon de Marsan. Palais del Louvre". Era el año 1964, y en los trabajos que vieron de ella los franceses estaba Violeta entera, como se veía: alegre, vivaz, irónica, y también dolorosa, triste, fugaz, sola.
En la expresión plástica de la artista están también los temas de su música. Ella misma diría: "Me esfuerzo por mostrar en mis tapices la canción chilena, las leyendas, la vida de la gente. Y las ideas que tengo que me parecen indispensable decirlas, hacerlas".

De su tapiz titulado "Contra la guerra", Violeta dijo: "Sucede que en mi país hay siempre desórdenes políticos y eso no me gusta...En esta arpillera están todos los personajes que aman la paz. La primera soy yo, en violeta, porque es el color de mi nombre".
En otra de sus arpilleras, "El Circo", muestra una escena de circo y se ve a Violeta, a los 11 años, tocando la guitarra y cantando, como lo hizo al comienzo y al final de su vida. Aquí ella se pinta en lo alto a la izquierda, en verde claro y no en violeta como siempre, "para expresar que estaba feliz cantando".
De "El Hombre", otra de sus creaciones, diría: "Es en verde porque es la esperanza; su alma es una música; pero se escapa sin cesar como el pájaro". Quizás si se refería al trágico amor que trizó su corazón en París.
Están también presentes en la expresión plástica de Violeta los velorios de angelitos, tradicionales de toda nuestra América. Así como el sufrimiento del campesino, que expresa en figuras desoladas, recostadas a punto de caer. Atrae, especialmente, la atención el recurrir de Violeta a dos símbolos constantes: la búsqueda de Dios y la búsqueda del hombre. Uno, representado por la imagen repetida de Jesucristo, y otro por el bordado o dibujo de ojos que ubica en los más diversos sitios. En "El borracho", a modo de ejemplo, todas las botellas tienen ojos. Y son siempre ojos vivaces, al acecho. Ella decía al respecto: "Me aprovecho del momento cuando tengo necesidad de hacer ojos, porque si me saltara de la cabeza a los pies, sería algo totalmente diferente. Dejo los pies para una próxima vez".
Violeta se reconocía autodidacta. No tenía estudios formales y nada sabía de técnica o fórmulas. Simplemente creó su arte pictórico tal cual como escribió sus canciones: con su don más allá de lo comprensible, con intuición, mente y un trabajo constante. En sus pinturas y arpilleras emplea una cantidad enorme de colores, diciendo con cada uno un sentimiento. En alguna ocasión lo explicó así: "Las cosas son simples. No sé diseñar, yo invento todo, y todo el mundo puede hacerlo. No sé dibujar y no hago dibujo alguno antes de comenzar mis tapices, sino que voy viendo, poco a poco, lo que debe ponerse. Voy llenando espacios en mis tapices...Y con mis pinturas: ellas están todas en mi cabeza; como mis canciones. Cuando siento que hay una persona sensible o que le nace un sentimiento al ver lo que hago, me quedo tranquila. Sólo hago algo en lo que pueda poner la emoción. Cada trabajo es para mi único. En mis telas tengo treinta personajes, y cada expresión de ellos es única, ellos hacen cosas distintas, pero yo tomo un solo color y viajo por todos los cuadros para conservar lo que siento cuando quiero dar una expresión, así sea el mismo personaje. Yo misma a veces tengo el color de mi nombre o el color verde que es de la alegría y que me cuesta más que ninguno, o el rojo si estoy enojada y denuncio...siempre uso como base los colores araucanos: amarillo, negro, violeta, rojo y rosado de copihue".
Cuenta su hija Isabel en una entrevista en México, que Violeta comenzó a pintar con tempera sobre cartones alrededor de 1959: "No tenía dinero, por eso pintaba sobre cartones. Tampoco tenía taller. Pintaba en cualquier rincón de su casa; incluso no contaba con un atril. Y nunca firmó sus cuadros". Por primera vez mostró sus obras en la Feria de Artes Plásticas de Santiago, y es seleccionada para representar a Chile en la Bienal de Sao Paulo. Pero, duras críticas, impiden su viaje a Brasil en manera oficial. "Violeta -recuerda Isabel Parra- fue muy discriminada". En Chile oficialmente se desconoció su labor como artista plástica hasta 1992, en que, por primera vez, se hace una retrospectiva de su trabajo en una muestra de 33 cuadros y tejidos. De lo que se conserva en Santiago, hay fisonomías particulares a lo que hizo Violeta en este campo: concurrencias cromáticas, soluciones de composición inspiradas en la vida diaria del campesino, texturas propias, enfoques desconcertantes del espacio, vacíos en que flotan personajes, ya en atmósferas etéreas, ya en hoyos negros, más negros que la noche, y que parecen presagiar la tragedia de su final. Los personajes, con quizás qué pensamiento acechándoles, siempre miran de frente al espectador, con ojos diciéndolo todo, a veces desamparados y tiernos, tristes en general. Hay en los héroes humanos de Violeta una tristeza implacable, que logra penetrar hasta en las escenas de mayor jolgorio. También surge aquel personaje masculino amenazante, el amor perdido, cada vez menos trazado, como ya resignada a la tragedia de la soledad del corazón. Nos muestra hombres borrachos o muertos, tendidos. Siempre hay una guitarra, aquí o allá, como presencia amada más acá de todo. Tampoco olvida nunca el crucifijo, como presencia constante de lo sobrenatural. Sus tejidos en arpillera son espléndidos, realizados bordando con toda su alma el genio que llevaba dentro. El entrelazado de colores que tejen sus lanas e hilos es complejo y rico, sin que la historia pierda nunca su importancia capital. Ella siempre dice algo. Se hacen notables las avecillas que, con vida propia, juegan, revolotean o miran con esos, sus ojos de Violeta. Se ven también cuerpos formados de puras líneas, grecas y símbolos que rescató de tribus indígenas bien definidas. En sus arpilleras están presentes, además, y en manera importante, varias escenas que representan combates navales, en que su tema es único: la valentía del héroe Arturo Prat Chacón, por quien Violeta sentía especial admiración. La ejecución fantástica de sus ejecuciones plásticas, de hecho, la constituye su arpillera que tituló "Combate Naval", de 1964, en que retrata una inolvidable hazaña en el mar: el barco enemigo tiene el aspecto de un monstruo marino que vomita hombres voladores, tendidos, enfrentados al héroe y a una bandera chilena, en un juego de trazados verticales y horizontales que danzan sobre cabezas desgajadas al ras de los círculos que forman las aguas bravías. Su obra plástica es magnífica. Pero la pasión que la hizo clásica es su música, sus canciones. ¿Acaso es posible pensar otra cosa al leer los versos de Gracias a la Vida?
"Gracias a la vida que me ha dado tanto,
me dio dos luceros que cuando los abro
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado su oído que en todo su ancho
graba noche y día, grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos 
y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro,
madre, amigo, hermano y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos
y la casa tuya, tu calle y tu patio.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su manto
cuando miro el fruto del cerebro humano, 
cuando miro el bueno tan lejos del malo
cuando miro el fondo de tus ojos claros.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto,
así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto".
Luego de su último viaje a Europa regresó a Chile en junio de 1965. Instala en las afueras de Santiago una gran carpa, en La Reina, para entonar su música y de inmediato se convierte en un centro de cultura folclórica chilena. En 1966 viaja a Bolivia, donde canta con Gilbert Favre. Regresa con él a Chile. Viaja por el país cantando en teatros. Compone sus últimas canciones, que graba acompañándose de sus hijos y del músico uruguayo Alberto Zapicán. Se devuelve a la distancia por decisión propia el 5 de abril de 1967 en la Carpa de la Reina. Era otoño en Santiago de Chile y estaba sola.
FRAGMENTO DE "SUSURROS DE CHILE"
Waldemar Verdugo Fuentes